miércoles, 12 de septiembre de 2012

Melodía secreta, María Benavent Benavent


Melodía secreta


Como el agua que fluye serena, aunque ávida de un nuevo curso, Virginia sentía  recorrer por su cuerpo marchito una inusitada brisa de esperanza. Sorprendida por la placidez de vientos renovados, abrió con sigilo la ventana de su desvencijada alcoba, fiel reflejo de su lacónica existencia, y paseó con desacostumbrada jovialidad un corazón entumecido que se había resistido a bombear a pleno pulmón, asfixiándola en el tedioso letargo de la melancolía. Sin embargo, una mujer tan juiciosa y mesurada como ella no debía dejarse llevar por vanas sensiblerías que tanto perjuicio causan entre las almas  excesivamente frágiles.

Ella, tan parca en palabras como sobria en emociones, se había propuesto deambular con tiento, sin sobresaltos, entre las sombras del recato y la soledad. El desamor, a golpe de voces desentonadas que no tienen el mismo eco y se pierden en el horizonte del silencio, puede romper todos los ritmos acompasados y desencajar la armonía de los sueños más ocultos. Así pues, presa de este amargo sentimiento, y en el otoño de su vida, había decidido podar sus más profundos anhelos, revistiéndose de una glacial cordura, sin imaginar que tiernas hojas de flor temprana brotarían a su paso para recordarle que aún era tiempo de retoñar. Pero, ¿qué le estaba sucediendo? Ni siquiera se reconocía...

Una lozana y seductora primavera le echaba el pulso a su adusta impasibilidad, la fascinaba con su voluptuosa presencia e intentaba socavar su establecido statu quo. Su desconcierto iba en aumento. Atrás iba quedando el soporífero transcurrir del invierno, que la había sumido en el eterno sueño de las vestales, acorazando el recuerdo de un tiempo mágico de hermosos poemas y enternecedoras cartas de amor. Su mirada vagaba sin rumbo en el infinito de sus pensamientos al recordar aquellas inolvidables letras de cariño que un noble caballero había grabado en su alma para siempre, cual melodía secreta jamás profanada. Una lágrima furtiva había logrado escapar de sus ojos cuando la suave luz de la mañana, coqueteando frente al espejo polvoriento, le devolvió la imagen de un objeto que creía desaparecido. Perpleja, no lograba entender cómo había llegado hasta allí tan preciado tesoro. Una diminuta caja de música de reluciente estaño cincelado asomaba tímidamente entre las sábanas, esperando que su dueña la liberara del olvido. Turbada ante el insólito hallazgo, fue incapaz de contener un llanto sostenido por los recuerdos y la distancia. ¡Sus cartas! Allí estaban, como bellas durmientes olvidadas, a la espera del mágico beso; como notas fugadas en busca del pentagrama de la ilusión, como agua de mayo estancada, muy a su pesar, deseosa de encontrar su verdadero camino. Sus cartas..., sus entrañables y reparadoras cartas de juventud...

El enardecido sol de mayo la observaba con descaro y se insinuaba sin pudor. Su mirada cómplice y su cálido despertar lograron resquebrajar todos sus cimientos, lo cual la sacaba de quicio. ¿Cómo osaba perturbar su temperada existencia? ¿Con qué insólita arrogancia se había atrevido a interrumpir el adagio de su reconfortante estado de hibernación? ¿Por qué misteriosas razones insistía en doblegar su aspereza, haciéndola danzar al son de una extraña y perturbadora melodía? No lo podía entender, más aún, no lo podía soportar.

Mas, a pesar de su empeño por disimular cualquier vestigio de emoción, Virginia contenía en su interior un torrente de agua embravecida que la arrastraba sin remisión y la obligaba a apagar definitivamente el Fuego Sagrado de Vesta. Sus desbordados sentimientos navegaban ahora en libertad escapando a la cautividad de unas aguas estancadas entre la frialdad y el dolor. Por fin se desvanecían todos sus miedos y sucumbían al inminente deshielo de su hierática pose, insostenible columna presta a convertirse en escombros. Sus cartas... reveladoras letras danzando al ritmo lento y acompasado de un nuevo amanecer...

Quizás era hora de resquebrajar la coraza del desencanto para escuchar con absoluto delirio la secreta sonata de primavera que florecía en su piel; tal vez era tiempo de soterrar la nostalgia y liberar las compuertas del deseo; quizás, tal vez quizás, debía rescatar la olvidada barra de carmín de su pequeña caja secreta, ponerse el mundo por montera y empezar a vivir... 

                                                                                                María Benavent Benavent

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